De nuevo en este monasterio Nuestra Sra.del Rosario de hermanas Clarisas, volvemos a celebrar con alegría la fidelidad de la vida consagrada en sus bodas de plata, fue en su día la Hna. Marlene, después la Hna. Clarisa, ahora la Hna. Cruz. Verdaderamente, es una bendición de Dios poder decir como la Virgen María: mi alma glorifica al Señor porque se fijó en la humildad de su sierva.
25 años de fidelidad en la vida monástica del claustro, es, ciertamente, una ofrenda de amor agradable al Señor y estímulo para cuantos están en el camino de la vida consagrada.
Por ello, hoy, felicitamos a la Hna. Cruz por ese cuarto de siglo de su vida consagrada, vivido en el silencio del claustro, en la oración y el trabajo callado de una vida contemplativa vivida en humildad y pobreza a ejemplo de Clara y Francisco, sus fundadores y patronos.
Hoy nos unimos a esta comunidad clarisa, que camina siendo como decía el Papa Francisco en la clausura del Año de la Vida Consagrada, profecía; ser profecía es ser luz que ilumina para que otros puedan cuestionarse qué es lo que de verdad vale la pena vivir. Cuestionarse también en qué gastar la vida para encontrar la felicidad y la paz que todos queremos tener o cuáles son las verdaderas motivaciones por las que vale la pena luchar en un mundo que muchas veces no sabe ver, cegado por las falsas riquezas, por la tentación del poder o del placer.
La vida consagrada sigue siendo no solo interrogante para muchos, sino afirmación de trascendencia y eternidad más allá de la vida pasajera por este mundo, haciéndonos conscientes que somos peregrinos y que debemos ser una Iglesia en salida, ser los misioneros ligeros de equipaje, para lo cual basta llevar en el corazón el amor de Dios y en la mente la buena noticia del Evangelio.
Hna. Cruz, felicitaciones por su testimonio de vida consagrada, por su vida y ejemplo, por llevar esa cruz redentora con amor en medio de las limitaciones humanas, por vivir los consejos evangélicos. Todo ello la hace mensajera de buena noticia, para su comunidad y para la Iglesia. Todos nos alegramos y compartimos su gozo en el Señor, que es la verdadera alegría. Si bien es verdad que toda iniciativa en la vida de la santidad viene de Dios, también es verdad que ello exige la respuesta libre y generosa de la persona que es llamada por Dios en el camino vocacional de la vida consagrada, por ello gracias a Dios y gracias a usted. Vivir la gratuidad, nos recordaba el Papa Francisco en Ecuador al dirigirse a los consagrados y sacerdotes, es una necesidad reconocerlo, pues sin su misericordia por la cual nos llamó y nos ha mantenido, nada somos.
Como el salmista, podemos cantar : “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” y “el Señor es mi heredad y mi copa, me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”.
En el camino hemos de reconocer que no han faltado las espinas en las rosas y piedras en el camino, ello es parte de la cruz, y la cruz necesaria para la redención. Siempre mirando con esperanza el horizonte, seguiremos fortaleciendo la fe y purificando el amor. El sí de la obediencia y, como nos recordaba el Papa, en la verdadera humildad nos llevará incluso a la humillación, como a Jesús le llevó. La cruz es camino y llave de la puerta del Reino de Dios y no se puede entrar allí sin ella: “El que quiera ser mi discípulo tome su cruz y me siga”. El sacrificio y la abnegación son camino de crecimiento espiritual y exigencia de la santidad.
En este Año de la Misericordia el Papa nos invitaba a practicar las obras de misericordia con los pobres, los elegidos de Jesús, y también de vuestros fundadores, Clara y Francisco.
Que en verdad nos sintamos llamados desde la palabra de Dios y desde la realidad sufriente de sacrificio que hacemos cada día por Dios y los hermanos, se proclama la misericordia de Dios.
Mirando nuestra Iglesia y nuestro mundo hoy, ¿qué nos dirían San Francisco y Santa Clara? Nuestro mundo, donde Jesús se revela. Cada vez que en el monasterio se ora por los que sufren, se practica la misericordia de Dios. Volverían a escuchar las palabras del Señor “mi Iglesia necesita ser restaurada”, como oyó Francisco, “restaura mi Iglesia”.
Hoy, todos necesitamos ser restaurados por la misericordia de Dios, hoy también la Iglesia necesita ser restaurada y estar alerta, porque por cualquier rendija que dejemos abierta, se nos puede meter el Maligno, con el cual no debemos dialogar, sino vencer con la palabra de Dios, como hizo Jesús. La vida consagrada está llamada a vivir, como diría el Papa, la proximidad, la proximidad a Dios y la proximidad al prójimo. Llenarnos de Dios para poder dar a Dios, porque lo que más necesita hoy nuestro mundo es a Dios. ¿Cómo podremos dar a Dios si nos llenamos de las cosas del mundo en vez de las cosas de Dios? Salgamos como San Francisco, con alegría, a anunciar por las calles que el Amor no es amado. Seamos los trovadores del amor de Dios y la esperanza, con nuestra vida coherente. Hoy estos 25 años de fidelidad de vida consagrada de la Hna. Cruz es un grito de alabanza y gratitud a la vida consagrada, a este monasterio de vida contemplativa y a toda la Iglesia.
Sigamos orando para que nuestros jóvenes descubran la belleza de la vida contemplativa y sean generosos a la llamada que Dios les hace, pidamos a las familias que sean cauce y no tropiezo para que la entrega generosa de sus hijos a Dios se vea apoyada por la misma familia. Hagamos todos que nuestras comunidades sean de verdad hogares, donde la fraternidad se viva desde el corazón, no solo en las reglas escritas en nuestras constituciones. Que Dios bendiga a este monasterio con nuevas vocaciones que sigan las huellas de Santa Clara con un amor profundo a la Eucaristía y un desprendimiento radical para vivir la pobreza evangélica como Cristo pide a sus discípulos. Que tengamos el espíritu misionero de sentir la sed de almas que Cristo sintió desde la cruz y seamos los discípulos misioneros de Jesús para que todos los pueblos tengan vida en Él.
Monseñor Rafael Cob García, Obispo de Puyo