A medida que pasan las horas, las noticias de la tragedia ecuatoriana provocada por un sismo en nuestras provincias del litoral volaron por los cuatro vientos, cuando apenas unos minutos por llegar las 7 de la noche del sábado, vimos en nuestra iglesia, donde estábamos celebrando la Eucaristía, que la cruz pendida de lo alto se movía, las rosas de los floreros, la silla donde estaba sentado, todo se movía, se proclamaba la Palabra de Dios, la palabra en nuestro pensamiento era querer gritar “¡temblor, temblor!”, se prolongó por infinitos segundos que no terminaban, formando más de un minuto y volvió la calma, la serenidad nos permitió evitar una estampida de la gente que festejaba a su patrón, San Vicente, en la Tarqui.
Cuando salimos de la Misa, enseguida empezaron los contactos para averiguar el origen del temblor. Las noticias decían que en la escala había marcado 7.8 grados y que el epicentro estaba en la provincia de Manabí, por lo cual se preveía una gran tragedia, como así ha sido. Al amanecer del domingo, se ha ido generando una estadística de fallecidos y heridos que aumenta por momentos, en la mañana colocábamos los letreros de solidaridad a las puertas de nuestra Catedral para concientizar a la gente.
Del mundo entero, desde el Papa Francisco hasta los países amigos, llegaban los mensajes de condolencia y ayuda solidaria para con el Ecuador. Elevábamos oraciones y celebrábamos las misas por los fallecidos y por los afectados, e invitábamos a ser solidarios para enviar nuestro aporte hasta la orilla del océano Pacifico, donde sigue la herida abierta del dolor y el sufrimiento.
Hoy pedimos a todos que mantengan su alerta con la oración al Padre misericordioso. La técnica humana no ha llegado a poder tener la seguridad que la tragedia llega, siempre nos encuentra desprevenidos en el momento casi siempre que no esperamos, nos sorprende y evitarla es imposible. No sabemos juzgar los signos de los tiempos, nos diría Jesús, y es verdad, ¿somos torpes? No se trata de pedir explicaciones ni a Dios ni a la Naturaleza. ¿Por qué se portó así? En el misterio del silencio y de la soledad, en el dolor y la esperanza, podemos aprender lecciones de sabiduría para nuestra vida y sobre todo las circunstancias y el tiempo, para sensibilizar y sintonizar nuestro corazón con el amor al prójimo necesitado.
Nos volvemos los samaritanos de los dolientes y caídos en el camino, o aplastados entre los escombros, no le vamos a preguntar “¿qué te ha pasado?” Ni “¿qué hiciste?”. Más bien ante las lágrimas y el sollozo de un corazón dolorido, vendaremos sus heridas y le tomaremos en nuestros brazos para llevarle al hospital o simplemente escucharle y darle la energía necesaria para vivir. No es momento de juzgar, sino de amar. Jesús nos descubrió dónde está nuestro prójimo para amar y hacia dónde debemos caminar como buen pastor, para llegar al aprisco seguro donde habrá alimento y pasto generoso para saciar nuestra hambre y nuestra sed de eternidad. Caridad es la respuesta.
Monseñor Rafael Cob García