Terminada la fiesta de Pentecostés, como sintiendo como los apóstoles al salir fuera del cenáculo, nos disponemos a visitar a las comunidades indígenas ashuar en Kapawi, donde la Misión hace presencia desde hace 21 años, con la comunidad de hermanas de la Familia de Corde Jesu.
Esta vez la visita al equipo misionero de Kapawi tiene un matiz singular porque en ella vamos a celebrar con el pueblo los 50 años de vida consagrada de la Hna Esther Aguilar, misionera que lleva trabajando con los ashuar 10 años de los casi 40 de misionera.
La Hna. Esther, el mismo día que entrábamos cumplía 72 años, aunque la salud física haya mermado en su vida, a esa edad tiene en su espíritu mayor deseo de entrega misionera como oblación que ofrece a Dios según su carisma. Ella celebró en su día, junto a sus compañeras de promoción y en su tierra mexicana, este singular aniversario de bodas de oro de vida consagrada; ahora es el pueblo de Kapawi el que quiere celebrarlo con ella, en esta selva ecuatoriana regada con amor oblativo y ofrecido al Señor, es el agradecimiento del pueblo a la hermana por su compañía y entrega.
Es ejemplar para todos nosotros la vida de personas como la Hna. Esther, que, sembradas en la selva y a su avanzada edad, permanecen en la misión ad gentes. Ella es la madre y consejera de este pueblo al que escucha y atiende como médico espiritual las enfermedades del alma, junto con sus hermanas jóvenes Fausta y María, que visitan las comunidades del sector llevando la buena nueva del Evangelio.
Después de estar esperando 5 horas en el aeropuerto de Shell, entramos en pista, tras un largo tiempo de lluvia. El viaje fue un feliz contemplar el paisaje de la selva lavada por el agua e iluminada después por el sol, tenía otro aspecto, como pocas veces le habíamos visto, con arcoiris incluido.
Llegábamos cuando el sol empezaba a caer, al piloto no le quedaba tiempo de regresar al punto de salida y se quedaría en Thaisa. Los invitados que habían esperado para unos bautismos esa tarde ya habían regresado a sus casas, de modo que a nuestra llegada acordamos con las familias de los bautizados que la celebración de los bautismos sería mañana, a primera hora, es decir, a las 6.30 horas, como ellos acostumbran los domingos. En este vuelo también nos acompañaba, además de la Hna. Esther, la Hna. Conchita, primera rectora del Colegio Tuna de Kapawi, así que para ella era un revivir los recuerdos de su vida en esta tierra. Al día siguiente, entraría el resto del grupo de hermanas con el P. Chava para la fiesta. Primero Dios, como dicen los mexicanos, y el tiempo lo permita, y así fue.
Cristóbal, uno de los padres de uno de los bautizados, tenía la cena preparada y nos invitó a merendar en su casa. Era el día del cumpleaños, no podía pasar sin la torta y el brindis, por ello las hermanas, después de la cena, regresamos a la Misión y festejamos a la cumpleañera, brindando con “amareto” por los 72 años de vida de la hermana.
Al día siguiente, al amanecer, despertamos con el toque de campana para la celebración de los bautizandos: León y Sui Dolores, nuevos cristianos para añadir a la lista, que va acercándose a los 300 bautismos en estos 21 años de misión con los Ashuar.
A mediodía se escucha el avión que aterriza, llegaron el segundo grupo de invitados, Hnas. Adriana, Polita, Susana, y Mari, junto con el P. Chava, de las cuales dos hermanas son indígenas de esta tierra.
En la mañana de este día también llegarían para confesar los confirmandos, Jenifer y Moisés, con el que conversamos largo sobre su inquietud vocacional misionera, ojalá el Espíritu Santo que recibirán les dé la fuerza y docilidad para conseguirlo. Antes de comer, bajamos a visitar el colegio Tuna y, en la tarde, llegó la lluvia torrencial hasta las 5 p.m, que atrasaría la hora de la ceremonia de las confirmaciones. Con la caída del día, terminábamos la ceremonia y, en la noche, tras una larga sobremesa, con el obispo de cocinero, hacíamos la tortilla española, plato típico de su tierra y que a todos gustó.
El miércoles 18 era el día reservado para la fiesta que la comunidad preparó para la Hna. Esther. Allí llegó su ahijado pequeño, que nos cuenta que siempre trae el pescado para la abuela, esta vez un rico bagre que comeríamos en la cena.
La ceremonia religiosa comienza a las 6.30 de la mañana con el canto de las mañanitas y un bello amanecer. Después, cielo azul despejado todo el día. La gente llegó puntual a la capilla al toque de campana y del cacho, llenando la capilla, que hubiéramos querido luciera con suelo nuevo, pero el maestro albañil no nos cumplió. Mas ello no quitó el entusiasmo celebrativo de la misma.
En la homilía el Sr. Obispo destacaría los 50 años de oblación de la madre Esther, con lo que de historia consagrada y misionera lleva consigo este medio siglo de vida e invitó a valorar la vida consagrada y pedir a Dios que bendijera a su comunidad con vocaciones consagradas y sacerdotales nativas. La hermana renovó sus votos y dirigió su mensaje a la comunidad agradeciéndola por su acogida y pidiendo a Dios para que haya más almas consagradas que ofrezcan su vida a Dios. A la salida de la Misa, todos querían felicitar a la madre.
La fiesta continuaría en el espacio comunitario de la plaza con un programa social preparado por la comisión de festejos, el cual incluyó la proyección del video “Destino Misión Kapawi”, que gustó mucho a los asistentes. Después de los discursos de Monseñor Rafael Cob y de las autoridades y del almuerzo que brindó la comunidad, se inició el campeonato de fútbol, ganando los estudiantes del colegio. También realizamos un paseo en canoa hasta Guachirpas y el Hotel Kanodros, con lo que culminó el día. Al día siguiente, nos despedíamos de este rincón exótico donde el espíritu se fortalece en la paz y la calma de una selva que siempre cautiva, retornando a la dura tarea de la evangelización en Puyo.